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El P. Iraburu un oportunista mas como tantos otros, no vale la pena leer nada de este y otros tantos tibios trepadores.

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El P. Iraburu insiste en confundir mientras se empeña en aclarar
Fuente Blog Panorama Catolico Internacional Argentina. (Ayude y sostenga a este medio tan bueno para los catolicos tradicionales. Panorama Catolico Internacional. Gracias!!! Gott mit uns!

El P Iraburu es un gran oportunista, como muchos CATÓLICOS, que cuando les conviene defienden la TRADICIÓN de la Iglesia y cuando no miran para otro lado... Conozco a tantos ACÁ en la zona, CATÓLICOS y centros CATÓLICOS enteros. Unos verdaderos canallas, dicen que defienden la TRADICIOn y atacan con saña a la FSSPX. Pobre infelices, quieren ser soldados de Cristo pero se amparan en las calzones de los modernistas, pues de estos ya ni sotana usan. Tibios, trepadores granujas, tanto clerigos como seglares. (Joseph Alois Ventris.)
El katejon de los moderados
La palabra “katejon”, que utiliza San Pablo para referirse a un misterioso obstáculo que impide el advenimiento del Anticristo en los días parusíacos, ha hecho carrera.
El apóstol se refiere, según la interpretación común más suscripta por los exégetas bíblicos, al “orden romano”. Es decir, al sustrato político-jurídico que informado por el cristianismo dio origen a la Europa medieval. Y que tras el protestantismo y la revolución francesa ha sido socavado metódicamente hasta su destrucción (¿casi?) total.
De donde el moderno “Occidente” que los musulmanes tanto odian porque es la civilización de la “cruz”, tiene un sustento político jurídico de inspiración romano-cristiana cada vez menos relevante. Es ahora una “civilización” nueva, moderna, apóstata, que reniega de su origen cristiano y se vuelve contra la cruz, en todo sentido y hasta en el sentido más literal. De allí tantos movimientos para quitar los símbolos cristianos de los lugares públicos, entre otras graves muestras de esa apostasía militante.
Occidente apóstata y clero apóstata
En la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, conformada por El mismo como cabeza invisible, y el Santo Padre como su Vicario, la jerarquía y los fieles bautizados, esta influencia moderna se viene manifestando de un modo creciente y se puede decir con seguridad que ha hecho eclosión en los años ’60, con las consecuencias trágicas que hoy comprobamos: la devastación de las filas del catolicismo, lo que no sería tan grave si hubiesen caído bajo el filo de la espada persecutoria, y no por el abandono de la doctrina y de las costumbres que se sustentan en esa doctrina. El sínodo contra la familia cuya reciente primera parte sufrimos es quizás la expresión más clara de esta crisis terminal.
Todos los católicos tradicionales que resistimos estos cambios y denunciamos las desviaciones, estamos unidos en lo que podríamos definir como la resistencia. Pero hay un división profunda en la posición que muchos sacerdotes y fieles adoptan a la hora de señalar las causas. Y sin apuntar a las causas en profundidad, tampoco podemos estar unidos en la resistencia en profundidad.
Todos sabemos que hay un proceso de infiltración de larga data. Sabemos que muchos miembros de la jerarquía han ido degradando la doctrina o callando frente a sucesos gravísimos, tratando de justificarlos en público, algunos sufriéndolos en privado y apenas dando un pálido y desmayado testimonio entre las personas de su confianza. Pocos han plantado la cruz firmemente con voluntad de resistir.
Y entre los que han estado siempre en la lucha de la resistencia contra las desviaciones, los hay también que consideran su deber no pasar cierto límite en el señalamiento de los responsables, lo cuales pueden elevarse hasta las más altas jerarquías de la Iglesia, según su modo de ver, exceptuando siempre a los papas y por consiguiente los actos y documentos producidos por dichos papas.
El caso de los papas conciliares
Es imposible ignorar voluntariamente o callar el papel de los papas conciliares en esta crisis, nacida antes pero potenciada por ellos brutalmente. Ellos comienzan a conceder al mundo y a los enemigos de la Iglesia “la razón”en tales o cuales temas bajo diversos argumentos: no condenar sino mostrar la “belleza de la doctrina”; reconocer los “valores positivos de la modernidad”, abrirse al mundo y dialogar con él y así en adelante. De ahí vienen los empeños ecumenistas, el diálogo interreligioso, ambos fracasados absolutamente en todo sentido. La exaltación del protestantismo, la secularización del clero, la dilución de la catequesis hasta perder todo contenido, con sus consecuentes desviaciones doctrinales y morales.
Y los “mea culpas” interminables. En lugar de la propaganda de la Fe (es decir, la propagación de la doctrina) se comienza a negar el valor de la apologética y por consiguiente de las misiones. Cada uno se salva en su propia religión, por lo tanto… ¿qué sentido tiene misionar? Se vuelca el impulso de la misión a la redención social y de allí surgen las doctrinas filo marxistas cristianas, la Teología de la Liberación, etc.
Pero resulta imposible entender estos problemas sin asignar responsabilidad al Concilio Vaticano II, a la vaguedad de sus textos, así como a algunos imposibles de compatibilizar con lo que ha creído siempre la Iglesia. La precipitación increíble de la asistencia a misa, la fe en la presencia real, en el sacerdocio no puede sino relacionarse con la Reforma Litúrgica de Paulo VI que es el acontecimiento concomitante, a la vez que, observamos como prueba contraria, que aquellos que han conservado la liturgia tradicional se han sostenido con gran firmeza en estas verdades. Tales son las grandes piedras de tropiezo de los “moderados”, sus “katejon” para entender esta dura realidad.
Los que nos trajeron a la crisis
Históricamente tales papas comienzan con Juan XXIII y su desgraciado concilio, y sin solución de continuidad llegan a Francisco. En medio de este proceso que ha tenido sus idas y venidas, vemos que el Papa Roncalli abre la caja de Pandora, el Papa Montini  impone una reforma litúrgica calamitosa en su origen y en sus consecuencias; Juan Pablo II parece poner coto a algunas desviaciones, sin mayor efecto práctico, pero desata una fase de diálogo ecuménico e interreligioso que llega al espantoso escándalo de los diversos Asís, y al desastroso mea culpa del año 2000. Además de que bajos su reinado se producen los incontables escándalos del clero en materia sexual.
Benedicto XVI ve la crisis y con mano muchas veces trémula buscó guiar a quienes debió imponer sus decisiones con energía, terminando en una misteriosa renuncia cuando había ya, gracias a Dios, liberado la Misa Tradicional, devuelto a los tradicionalistas su condición de miembros de la Iglesia (entiéndase, legalmente) y se aprestaba a enfrentar a un poderoso colectivo de homosexuales elevado hasta en los puestos más influyentes de la Santa Sede. 
Francisco, está a la vista, promueve la legalización de prácticas inmorales no ya por la tolerancia o el acompañamiento pasivo, como se venía haciendo, sino por la fuerza de su mal disimulado despotismo. Imposible defenderse o resistir en la Fe sin comprender estas cosas.
Los que pretenden dar cuenta de la situación de la Iglesia sin pasar nunca al punto clave, cual es, que esta crisis gravísima ha sido producida, promovida y acompañada por estos sumos pontífices, encuentran hoy en Francisco un obstáculo difícil de sortear. Nunca antes se llegó a expresar de un modo tan claro la voluntad de llevar adelante objetivos contrarios a la Fe y a la moral como bajo su reinado, en especial durante el Sínodo Extraordinario (contra) la familia, y en declaraciones anteriores y posteriores cada vez más rotundas. 
Quienes nos atenemos a la doctrina católica sobre la resistencia debida al pontífice que busca el daño de las almas (es decir, que objetivamente lo hace, más allá de su intención subjetiva, la cual Dios juzgará) no sufrimos ningún tipo de martirio espiritual intolerable, ni desesperación. No solo está previstocomo posibilidad en la teología desarrollada por sabios y santos doctores de la Iglesia, y además ejemplificada por casos diversos a lo largo de la historia, sino que está claramente anticipada en las profecías sobre los tiempos parusíacos.
Iraburu, sempre idem
No sabría decir si con sorpresa, pero sí con pena leo otra larga perorata del P. Iraburu en la que busca demostrar que todas las culpas están por debajo del nivel del Sumo Pontífice. De ese texto incomprensiblemente largo y que promete secuela extraigo este párrafo
Y aún hay otros que, siendo católicos ortodoxos, sufren angustia al leernos, e incluso desesperación. Están de acuerdo con lo que decimos; totalmente de acuerdo. Pero no aceptan que barbaridades doctrinales como las que denunciamos y refutamos se sigan proclamando impunemente, y procedan incluso a veces de Obispos y Cardenales. Sufren lo indecible al conocer, con ocasión de nuestros combates doctrinales, los atroces errores que se difunden a veces en parroquias, catequesis, noviciados, seminarios, facultades de teología, universidades católicas, editoriales y universidades «católicas», sin que se vean combatidos eficazmente. Se exasperan al comprobar que no pocos maestros de graves errores contra la fe son incluso promovidos a cargos importantes en la Iglesia. Aseguran en sus comentarios que avanzamos derechos hacia el abismo, y que, si Dios no lo impide, estamos en el umbral de un cisma de proporciones incalculables. Algunos anuncian la inminencia del Anticristo. No son lefebvrianos ni filolefebvrianos. No cargan contra el Concilio Vaticano II y contra el Papa actual y sus predecesores. No; hasta ahí no llegan… Pero están tremendamente desconcertados y doloridos, angustiados y desesperados… ¿Qué haremos nosotros al comprobar un día y otro esas reacciones?
He subrayado en color los motivos por los que estos “católicos ortodoxos” (es decir, de buena doctrina) sufren angustia al leer las denuncias del P. Iraburu  y sus colaboradores.  Claro que no pueden explicarse ni la impunidad, ni la jerarquía de los que las obran, ni la amplitud de esta espantosa crisis que no perdona estamento ni lugar alguno de la Iglesia. Según Iraburu como parte de esta desesperada comprobación ellos afirman que marchamos al abismo, que estamos en el umbral de un cisma y hasta que vienen los tiempos del Anticristo. En las Tormentas de la Iglesia
Vade retro Lefebvre!
¡Claro que no cargan contra el Papa ni contra el Concilio! a Dios gracias no son lefebvrianos… dice Iraburu. Lo que quiere decir que ven todo lo que deben ver, menos sus causas primeras, las que explican el resto de lo que ven.
Y de allí su angustia y hasta desesperación… Porque sus maestros, personas como el venerable p. Iraburu, no les permiten ver aquello que sería su solaz y consuelo. Esto que ocurre no es imposible sea obra de papas (y otros, obviamente) pero además está profetizado.
Estos papas han sido malos gobernantes, flojos o heterodoxos en doctrina, en diverso grado, y están produciendo un cisma, a ojos vista. Sobre los tiempos del Anticristo, es materia de opinión, pero no de desesperación para las personas con Fe. Más bien huir asustado de esta posibilidad es muestra de poca Fe.
¿Cómo puede un hombre inteligente y erudito como el P. Iraburu realizar una negación tan obtusa? ¿Es que acaso no son los papas mencionados los responsables finales de todos estos desastres? ¿Acaso y de un modo evidente no son ellos los promotores de muchos de estos males, no habilitaron lo que sucedió luego con sus palabras y su ejemplo?
¿No tienen razón esos “católicos ortodoxos” en buscar responsables y en mirar a la más alta jerarquía; y si acaso no hubiese bastado lo hecho por los anteriores papas, basta al menos Francisco, que disimula poco y nada sus objetivos, las amistades de las que gusta rodearse, la calidad moral de los colaboradores que nombra, e interviene personalmente, de un modo deliberadamente público para favorecer la legitimación de aberraciones morales?
Es obvio, por duro que sea, aunque difícil de explicar. Salvo que recurramos a las profecías sobre los tiempos parusíacos (sean estos que vivimos próximos al Anticristo o aún remotos, que de esto no se puede tener certeza).  Pero resulta fácil de asumir si se busca en la doctrina sobre la potestad del Sumo Pontífice, sus privilegios, etc. y a la vez se distingue para qué le ha sido dada tal potestad y como puede ser infiel a ella, como han teorizado notables doctores de la Iglesia y han comprobado reputadísimos historiadores. Incluso aunque esta crisis, por su amplitud y profundidad, sea algo sin precedentes.
El pastor que ilumina pero ciega…
¿Por qué P. Iraburu calla sistemáticamente a Santo Tomás de Aquino en esta materia, a San Roberto Bellarmino, a Francisco de Vitoria, etc.?  ¿Es de los que afirman «Prefiero equivocarme con el Papa que estar en la verdad contra él»? Afirmación absurda, por contradictoria, que altera el orden de las cosas poniendo el respeto y la obediencia debidos al Papa como un principio por encima de la verdad, de la Revelación, de la Tradición, de los dogmas, del Magisterio?  Porque el papa que no dice “con el Magisterio de todos los tiempos” no dice Magisterio sino opinión personal.
No nos preguntemos ya porqué el P. Iraburu, en esta crisis tan grave, insiste en denigrar a los “lefebvrianos” mientras que el Superior General de estos es recibido en Roma por el prefecto de la Fe y dialoga con importantes miembros de la jerarquía que visitan la obra que él dirige debatiendo sobre las causas de la crisis, como la validez del magisterio del CVII o la reforma litúrgica. Exactamente lo que el P. Iraburu considera horroroso hacer… y hacen el Card. Bradmüller o Mons. Schneider con la venia del Card. Müller.
Un alto miembro del colegio cardenalicio afirma que no tiene otra opción que “resistir al Papa Francisco” si este persiste en su intención de dar la comunión a los divorciados recasados y admitir “valores positivos” en la cohabitación extramatrimonial o en las relaciones homosexuales. ¿El Card. Burke es un inmoderado fanático lefebvriano?
Otro cardenal, jefe del Dicasterio Romano del Culto Divino afirma que “La idea de colocar el Magisterio en un joyero, separándolo de la práctica pastoral, que puede cambiar según las circunstancias, las modas y las pasiones, es una forma de herejía, una patología esquizofrénica peligrosa. Por eso digo solemnemente que la Iglesia africana se opondrá firmemente a cualquier rebelión contra la enseñanza de Jesús y el Magisterio”.  El propio portal del P. Iraburu publica esta la noticia. ¿Es acaso el Card. Sarah, autor de este texto, un lefebvriano cuando dice que resistirá a quienes se rebelen contra Jesús y el Magisterio? ¿O la resistencia se limitará a obispos y cardenales pero cederá cuando el Papa Francisco decida imponer esta “herejía patológica y esquizofrénica”? ¿O tal vez en ese caso deje de ser herejía?
Cuando el katejon de los moderados se vuelve esquizofrenia
Ciertamente, hay una esquizofrenia en quienes ven los males hasta el umbral del solio petrino y no pasan de allí, cuando la evidencia muestra que esos males salen del solio petrino más que llegan al él, no en cuanto tal, obviamente, sino por la infidelidad de quienes lo han ocupado.
Si este artículo del P. Iraburu y sus secuelas tienen por objeto detener a los católicos que ya no toleran cerrar los ojos frente a esta espantosa y evidente realidad, va por mal camino. Solo logrará que algunos sigan como borregos a un papa descaminado en lo que tiene de tal y otros lleguen a un punto en el que su reacción sea tan violenta que incurran en falsas soluciones como el sedevacantismo, o directamente pierdan la Fe.
Mal camino ha elegido este pastor al que solo podemos reconocerle celo por las almas a lo largo de su vida, pero también una obstinación digna de su estirpe montañesa. Y cuando esta cerrazón mental no solo involucra su alma sino las de muchos que lo tienen por maestro, las cosas resultan más graves.
Cuentan sobre la tosudez de los montañeses navarros un chiste en el que uno de ellos, ateo, niega ante Dios mismo su existencia. Todo por no decir, “si Dios quiere”.
- Dios: ¿Adónde vas?
- Ateo: A Pamplona
- Dios: Si Dios quiere...
- Ateo: Dios no existe.
- Dios: Yo soy Dios, y te mando castigado cien años bajo forma de sapo a un pozo hasta que te arrepientas.
Dios, en su misericordia, lo convierte en sapo por cien años y lo encierra en un pozo, para devolverle la forma humana al cabo de ese tiempo y pedirle retractación. Pero el ateo se niega a decir “si Dios quiere”, porque Dios, allí presente, según él no existe.
Seguramente conocen el final: tras varios cientos de años de condena, el ateo recién cede un ápice en su postura:
- Dios: ¿Adónde vas?
- Ateo: A Pamplona… o al pozo…

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